Trayectorias sociales de sujetos rurales que por primera generación acceden a la educación superior universitaria en la Región del Maule, Chile

En los últimos 20 años las grandes trasformaciones que ha experimentado la sociedad chilena han modificado las estrategias habituales de movilidad social. El nivel educativo se ha convertido en el mecanismo más importante para la asignación de posiciones en la estructura social. Resulta interesante observar cómo opera este fenómeno en las nuevas generaciones desde una propuesta alternativa a los enfoques sociológicos predominantes.

Se opta en este estudio por el enfoque de las trayectorias sociales de Pierre Bourdieu (Bourdieu y Passeron, 1995; Bourdieu, 1998), éste parte por el origen social del individuo, para luego recorrer el conjunto de acciones que desarrolla a lo largo de su vida. En este trayecto se articulan las condiciones materiales de existencia –plano objetivo– con las disposiciones interiorizadas de los agentes –plano subjetivo–; en consecuencia, la posición social que logra el sujeto no sólo da cuenta de los aspectos individuales, sino también de la trayectoria seguida por su familia de origen.

En este contexto, este artículo busca mostrar el papel que juega la educación universitaria en estos recorridos, específicamente en jóvenes rurales que por prime- ra generación acceden a la universidad en la Región del Maule. Si bien en nuestro país existen diversas investigaciones sobre los agentes que participan en la educación superior, estás ubican al fenómeno en poblaciones urbanas, dejando de lado a los sectores rurales, situación inédita y escasamente documentada que desconoce las consecuencias sociales, económicas y culturales de estos nuevos profesionales.

La intensa difusión de la universidad abierta y democrática que permite incorporar a casi la totalidad de los grupos y clases sociales, en buena medida refleja la aspiración de muchas familias que creen que, a través de las credenciales obtenidas por sus hijos, éstos tendrán cierta garantía de aumentar ingresos a lo largo de vida laboral. Esta promesa es particularmente fuerte en aquellos hogares en que uno de sus integrantes es el primero en acceder a la educación superior. En tales casos, ese logro adopta el carácter de mecanismo privilegiado de movilidad social (PNUD, 2005).

En Chile el sistema universitario se muestra como parte de un proceso democratizador en lo que a materia de acceso se refiere, sin embargo no es más que una democratización segregativa (Merle, 2000)2, que esconde las jerarquías y procesos de distribución desigual de los recursos sociales, aumentando la disparidad entre los diversos grupos sociales, tanto en matrícula como en la elección de la carrera.

Si bien el proceso de masificación del sistema universitario está avalado desde las políticas públicas como estrategia de igualación de oportunidades y aumento del capital humano, este discurso esconde la desigual distribución de recursos genera- do por el origen social y los bajos capitales de los postulantes. La heterogeneidad de perfiles en el estudiantado induce adecuaciones sistémicas, generando un circuito diferenciado de instituciones en función de criterios de ingreso3, calidad, costos, etc., estructurando un mercado de educación superior altamente estratificado que refleja el nivel de desigualdad de las sociedad chilena.

Adicionalmente la dinámica del modelo educacional chileno, comandado por las fuerzas del mercado, ha generado nuevas tendencias, una de ellas es la apertura de un nicho de mercado en regiones expandiendo sus actividades para ganar acceso a más alumnos y recursos. Este modelo agudiza aún más las diferencias, debido a que las oportunidades no son iguales en cada zona geográfica y, a pesar de los esfuerzos por descentralizar, las universidades de mayor prestigio siguen concentrándose –Santiago, Valparaíso, Concepción– en las áreas metropolitanas del país.

Para el caso de la Región del Maule se agrega una heterogénea estructura de oportunidades entre los territorios urbanos y rurales. En estos últimos las evidencias indican una mayor concentración de población en situación de exclusión social; con una escasa oferta escolar de calidad y un bajo desarrollo de capital huma- no. La región se ubica entre las tres con menores ingresos y entre las cinco regiones con puntaje promedio PSU4 más bajos del país (OCDE, 2009). Las oportunidades educativas para la población rural son restringidas dado que no son atractivas para los sostenedores privados, limitando su oferta a dependencias municipales. Estos datos resultan particularmente interesantes al contrastarlos con el estudio de Rodríguez (2012) quien advierte que en la Prueba de Selección Universitaria 2010, entre los colegios Top-605, no existe ningún colegio municipal o particular subvencionado de regiones.

Aun cuando los indicadores no son alentadores, la región se presenta atractiva para el mercado privado universitario; en los últimos 10 años éste incrementó un 50% la oferta (CNDE, 2011). Aunque aumentaron las posibilidades de acceso, existen barreras de selección que implican al menos dos momentos: el primero de tipo académico, amparado en la meritocracia impuesta por los exámenes de selección; y un segundo de orden económico, que supone los costos de acceso y tránsito por el sistema universitario. Lo que se evidencia para ambos casos son los orígenes sociales y escolares de los estudiantes. Cabe preguntarse por las oportunidades que tienen los jóvenes rurales para acceder al sistema, y si esto ocurre, qué factores operan en la elección de la carrera y del centro educativo en que estudiarán.

A los determinantes estructurales, se suman las expectativas educativas que están a la base del origen social, “en la medida que las aspiraciones educacionales son un importante factor para explicar los logros educativos, las diferencias en las aspira- ciones de los diversos grupos sociales tienden a reproducir las desigualdades en los logros educacionales y las desigualdades sociales” (Torche & Wormand, 2004: 30). Por otra parte, en el proceso de toma de decisión de los padres respecto la educa- ción de sus hijos, Elacqua & Fábrega (2004) constatan que la calidad no es el factor principal para seleccionar el establecimiento educacional. En primer lugar, existen razones prácticas en la toma de la decisión, como la cercanía del establecimiento; en segundo lugar, inciden las redes sociales que poseen los padres para informarse, las que aparecen segmentadas por nivel socioeconómico. La mayor dotación inicial de información tiende a ubicarse en aquellas familias con mayor capital social, operando aquí el efecto Mateo6. La posibilidad de acceder a centros educativos de calidad es más difícil para aquellas familias ubicadas en los espacios intermedios y bajos. Quienes logran acceder al sistema universitario lo hacen, en general, en carreras con escasas posibilidades ocupacionales o con títulos devaluados.

En consecuencia el origen social determinaría las probabilidades de escolarización, los modos de vida, y los estilos de trabajo de cada estudiante, situaciones que a la postre conceden atributos y contingencias requeridos para la movilidad social y el éxito laboral (Bourdieu & Passeron, 1995: 36). En esencia la educación superior, aunque se legitima como espacio de cualificación y ascenso social para todos los agentes independientemente de su trayectoria de vida y de sus orígenes sociales, es una instancia más que reproduce los ciclos de la pobreza (Connell, 1999: 39).

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